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YANN MARTEL, EL AMIGO DE LA MUERTE

Publicado originalmente en El blog de la redacción de Altair


Todo tiene un principio y un final. Pero lo sustancioso está en el camino.

Y este es el principio:

Es un poquito de los lugares en los que ha vivido y viajado. Yann Martel es Canadá, España, México, Costa Rica, India, Irán… Estar en contacto con otras culturas y religiones le permitió asomarse al mundo desde otro horizonte. Además es escritor de profesión y filósofo de formación. También es alguien más, bastante más, que el autor de La vida de Pi, una novela que cuenta la historia del naufragio de un niño y varios animales, y que supuso el aplauso de la crítica literaria. Pero ante todo, es un pensador crítico, un estimulador del pensamiento ajeno. Nació en Salamanca, vive en Saskatoon, Canadá. Desde allí conversa con Altaïr Magazine.

Aquí empieza la sustancia:

Fue hace algún tiempo, durante su primer viaje solo. Que es justo cuando incubó Las Altas montañas de Portugal (Malpaso, 2016), su última obra. «Crucé la frontera desde España, donde vivía por entonces, sin saber que Portugal sería el escenario de una de mis novelas», dice. Tras descubrir su vocación literaria pensó que quería escribir un libro ambientado en otro país, «aunque por entonces no tenía la madurez ni la experiencia suficiente», afirma. Hace 3 años, y ya con el conocimiento necesario y con varios premios literarios dentro de su mochila, retomó el proyecto.

El resultado es esta novela en la que Yann explora el sufrimiento y las maneras de afrontarlo.

« ¿Qué es más importante, lo que te ocurre o como reaccionas ante lo que te ocurre?»

«Responder a esta pregunta es lo que me llevó a escribir este libro». Y en el camino hacia la respuesta se dio cuenta de que «sufrir y no hacer nada es lo mismo que no ser nada, mientras que sufrir y hacer algo te convierte en algo», explica.

Tomás camina de espaldas tras la muerte de su familia. Es uno de los personajes de la novela, no quiere ver lo que tiene delante así que deja de mirar al presente a la cara. Es su manera afrontar la realidad. «Pero esto es imposible de aplicarlo a la vida real porque no se puede escapar del sufrimiento», opina Yann.

Y como no puede escapar, viaja. Él, y el resto de los protagonistas, también. «Lo hacen para superar la muerte, no les queda otra opción: tienen que aprender a vivir con ella. Y además lo hacen en compañía del sufrimiento».

Son viajes en plural. Porque hay dos tipos: en su sentido físico, es el traslado desde un lugar a otro. Y en su sentido espiritual, el de autoexploración. Un viaje de turismo interior.

Y todos terminan con un final muy diferente. «Pero tienen algo en común: los protagonistas absorben la sustancia, el conocimiento durante el trayecto», explica. Luego extraen la moraleja y aprenden la lección de Yann.

«Hay que hacerse amigo de la muerte»

Esa es su receta para aliviar el sufrimiento. Cree que lo único que nos separa del final es un recorrido que cada vez se hace más corto. «Es imposible que no llegue el momento, es algo que hay que aceptar. Quizás hasta los 30 o 40 te sientas inmortal, pero llega un punto en el que no se puede evadir la realidad como Tomás intenta».

Insiste en su idea de mantener a la muerte con vida. Dice que «No hay que olvidar que la vida algún día se acaba. Es bueno echarle imaginación e ilusionarse con el futuro, pero mientras, también tener hay que presente que envejecemos».

«Además hay que tener un sistema de creencias que se relacione con ella»

Se refiere a la religión, otro de los temas que Yann trata en la novela. «Es importante porque dota de significado y de humanidad a la muerte».

Él recorrió un camino religioso. «Yo me crie sin dios, pero con libros y arte». Dice que recibió una educación laica, pero que en un viaje a un país tan multicultural y multiconfesional como es la India, se percató de las bondades que la religión le ofrecía. «Aprendí que ha de ser una proyección individual. Una creación personal que sale de uno mismo tras escuchar y aprender del discurso del Otro. Me gusta que las religiones cuenten y que esten hechas de historias humanas». Yann enlaza su presente con su pasado, «la religión tiene puntos en común con el arte y la literatura. Y uno de ellos es el humanismo».

Otro es que moldean la personalidad de un lugar. Según cuenta, hay religiones qué están tan arraigadas a ciertos países que, «juegan un papel fundamental a la hora de analizar su identidad. Tanto que a veces son parte de su ADN». Y que esto tiene sus consecuencias. «Hace que proyectemos ideas preconcebidas de ciertos Estados. Un ejemplo: en la República Islámica de Irán, en realidad, no hay tantos musulmanes como se piensa».

Más sustancia antes del final:

«El ser humano como especie es muy cínico: tenemos opiniones para todo. Muchas veces sin fundamentar»

Hasta de los animales. Porque, «como con ocurre con los países, también se hacen proyecciones sobre ellos, a veces justas y a veces no. Pero es que además despiertan la imaginación».

Y Yann lo utiliza en su obra. Dice que «captan al momento la atención del lector, además utilizo esas ideas preconcebidas para contar algo que invite a reflexionar». Lo que hace es crear un sistema de representaciones para simbolizar ideas y atrapar al lector en su universo. «Un animal es un símbolo, es un mundo abierto al que se puede dotar de significado», dice

Esto explica la presencia de tanto animal en su obra. No es casual que el protagonista de La vida de Pi naufragase en una barca con un tigre, una cebra, un orangután y una hiena. Ni que haya recreado el Holocausto judío con un zorro y un mono como protagonistas en Beatriz y Virgilio. Y la del chimpancé como compañero de viajes en Las altas montañas de Portugal.

El final:

«Una novela es un instrumento muy potente. Sirve para muchas cosas»

Incluso para extraer una lección al terminar de leerla. Es el mismo sistema que se utiliza en los evangelios de la Biblia. Una enseñanza que se aprende al final, pero que sería imposible de asimilar si no se recoge la sustancia durante el camino.

Yann tiene algo en común con los 4 evangelistas. Sus obras están hechas de historias humanas que al final dejan una lección aprendida, una moraleja. Pero también hay una diferencia importante: las parábolas de Yann están noveladas.

“Yo escribo para pensar, pero también para hacer pensar”, dice.