
Pisadas que marcan. Toulouse, capital del exilio
Artículo originalmente publicado en Altaïr
Al pisar un cementerio se descubren huellas del pasado. Es como un almacén de la memoria en el que, a veces, se observan algunos pedacitos de la personalidad de un lugar, de su identidad. Pasear entre muertos ayuda a entender una ciudad. El cementerio de Sant Ciprian está en el barrio del mismo nombre, en Toulouse.
—Bonsoir, me dice el vigilante al entrar.
Famille García, Famille Fernández, Famille Toledan, leo en las lápidas mientras paseo alrededor. Toulouse fue la capital del exilio republicano español, y uno de sus restos visibles son estas tumbas. No son las únicas, la ciudad está llena de huellas españolas que se han mimetizado con la identidad de Toulouse. Siempre es difícil renegar del pasado.
Huían del franquismo. Casi medio millón de españoles se exiliaron en Francia. La diáspora republicana hacia el país galo fue como el río Garona: nace en España, llega hasta Toulouse, y luego fluye hasta el resto del país. La ciudad rosa, —la mayoría de los edificios están hechos de ladrillo y teja— fue la puerta de entrada hacia el resto del país. Pero muchos de ellos se quedaron aquí y dejaron su huella en la memoria de la ciudad para siempre. Algunos llegaron a pie tras cruzar los Pirineos, el trayecto duraba semanas. O incluso meses. El tren que he cogido en Barcelona me trajo hasta aquí en apenas 3 horas.
Hay veces que la toda una causa pasa a la historia representada por una persona. Federica Montseny, la Pasionaria Anarquista, fue una de las 40.000 personas que se quedó aquí. Es quien pisó más fuerte en el suelo de Toulouse, quien dejó la marca de su huella más compacta en el recuerdo de la ciudad. Pero en España también la dejó. Antes de llegar aquí fue la primera mujer ministra del país y una de las primeras de Europa. Una persona que se adelantó a su tiempo con medidas revolucionarias que tomó durante la II República española: convirtió los orfanatos en hogares de infancia, creó talleres donde las prostitutas aprendieron otros oficios e intentó despenalizar el aborto. Pero la II República cayó, el franquismo se instauró, y Montseny exilió. Pasaron 47 años hasta que hubo otra mujer ministra en España.
Montseny era una persona combativa. En Toulouse opositó a la dictadura desde su puesto de directora del diario de Confederación Nacional de los Trabajadores —agrupación española de naturaleza anarcosindicalista—. Desde la dirección del diario luchó por los derechos de todos los españoles del exilio, no solo de Toulouse ni de Francia, sino de los españoles desterrados en todo el mundo. A pesar de la caída de la dictadura no quiso volver a España. Vivió aquí hasta su muerte, en 1994. Las personas dejan huella en la identidad de los lugares, pero, a su vez, los lugares también las dejan en las personas. Su tumba está también en el cementerio de Sant Ciprian.
La Plaza del Capitolio es el corazón de Toulouse. Era, además, el lugar donde los españoles se manifestaban contra la dictadura. Montseny era una de las habituales. De aquí sale la Rue Taur, es una callecita tranquila, apenas pasan coches y hay terrazas a ambos lados. Están todas llenas, y muchos de los clientes toman su café de la tarde mientras se fuman sus cigarros. En los letreros de los bares se lee en perfecto castellano «pan con tomate» o «patatas bravas».
Meritxell es de Barcelona, pero vive en Toulouse desde hace varios años. Trabaja para la oficina de turismo. Dice que el ambiente que hay en esta calle, y en varias de la ciudad, es parte de la herencia española, de su huella «en París o en Lyon, en toda Francia hay terrazas, pero la gente se toma un café y se va. Aquí, se quedan horas sentados como se hace en España. Además, hay más vida de calle y nocturna que en el resto del país. Todo influencia española», dice.
Aún en la Rue Taur, pero un poco más adelante, en el número 71 me encuentro con un cartel en castellano en que se lee «aquí estuvo la sede del Partido Socialista Obrero Español durante la dictadura». El grupo opositó al franquismo en el exilio desde Toulouse, donde celebraron 11 de sus 12 congresos en el extranjero. Desde aquí se trató de derrocar la dictadura. No lo consiguieron, pero incordiaron y molestaron todo lo que pudieron. En la actualidad este edificio es una filmoteca. En la antigua sede de la mosca cojonera del franquismo en el exilio hoy pasan la película La mosca.
A veces las huellas son imborrables del todo.
Aquí cerca está la plaza Wilson. Era otro lugar clave del exilio Republicano, el punto neurálgico del destierro en la capital del exilio. Hace 50 años los españoles se sentaban en los bancos que hay alrededor de la fuente. Se juntaban aquí para contar sus historias, hablar de fútbol, leer el CNT y cómo no: comentar la situación política. Hoy, en el centro de la plaza, a un lado de la fuente, hay un tiovivo que da vueltas con solo una niña montada en él. En los bancos también se forman corrillos de conversaciones. Pero ya no son sobre el exilio. Aun así al llegar a esta Plaza es sencillo conectar con el pasado. Es como si las huellas españolas hubieran impregnado el ambiente de la plaza y se hubieran hecho eternas.
No son huellas visibles, son aromáticas.
París es la capital de Francia y Toulouse lo es del exilio. Y no solo republicano. Es la cuarta localidad más importante del país, pero la que más crece en los últimos años. Cada año llegan hasta aquí más de 10.000 personas. Muchos de ellos universitarios. Pero también miles de mecánicos y de ingenieros de todo el mundo; aquí está la sede de la compañía Airbus. Pisan Toulouse para dejar una huella que construya el presente y se conserve en el futuro, como hicieron los españoles. Pronto sus huellas formarán parte de la identidad de la ciudad.
Pero Toulouse también es una ciudad de conexiones: no solo con el pasado republicano. El canal del Midi, que conecta el Mediterráneo con el Atlántico, pasa por aquí. Y ahora mismo cruzo el Puente de los Catalanes, uno de los varios que hay en la ciudad que conectan las orillas del río Garona. Desde aquí veo a unos estudiantes gastándose novatadas. Lo hacen justo en frente de Le Quai de l´exil —muelle del exilio—. Los estudiantes-exiliados veteranos colocan sobre la pared a los noveles. Les tiran agua y luego harina desde lo alto del principio del puente. Todos se ríen, lo están pasando bien. Me acerco a hablar con ellos, quiero probar si el exilio del pasado y del presente están conectados.
Alain es uno de los estudiantes veteranos, tiene 21 años y es de Brest, en el norte del país. Como sus colegas, exilió a Toulouse para estudiar economía. Dice que las novatadas a los nuevos exiliados son una tradición para dar la bienvenida, que siempre son sanas.
—Yo pasé por lo mismo hace unos años y también se hacían en un ambiente amistoso. Tampoco hay que hacerlo pasar mal a los nuevos.
—¿Y por qué habéis decidido hacerlas aquí, frente al muelle del exilio?, le pregunto.
—Muy sencillo, porque desde lo alto de la escalera podemos lanzar la harina y el agua a los novatos.
—Entonces supongo que no tiene nada que ver con que estemos en el muelle del exilio ¿Sabes por qué se llama así este muelle?
—No tengo ni idea. Chicos —dice mirando a sus compañeros— ¿Sabéis por qué este es el muelle del exilio? Les pregunta.
Silencio por respuesta. Las huellas son visibles e invisibles. A veces también imperceptibles.
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